La escena más impactante del documental Oro negro,que se estrenará en España el viernes, yuxtapone campesinos en la alta Etiopía - que recogen los granos a mano- gritando en protesta por el precio irrisorio que cotiza el café en los mercados de Nueva York y Londres con otras imágenes de sacos de trigo descargándose en el puerto de Adís Abeba. Los sacos llevan la estampa de Usaid, la agencia estadounidense de ayuda al desarrollo.
Siete millones de etíopes sobreviven gracias a las ayudas al desarrollo - normalmente cereales subvencionados por EE. UU. y Europa- pese a que la alta selva etíope produce algunas de los cafés mas cotizados del mundo. "No queremos ayudas sino comercio; mantenernos sobre nuestros propios pies", dice Tadesse Mesuela, héroe de la película y fundador de una cooperativa de 74.000 productores etíopes que recorre el mundo en un intento de vender el café en régimen de comercio justo.
Tras ver tantas imágenes de niños de ojos suplicantes y barrigas hinchadas - el 47% sufre desnutrición en Etiopía-, "hay la impresión de que es un país de recursos pobres, pero no es verdad; el café es la mercancía más valiosa que cotiza en mercados del mundo después del petróleo", declaró ayer en Madrid a La Vanguardia el joven cineasta británico Nick Francis, que dirigió la película junto a su hermano Marc.
Según cualquier ley de comercio justo, Etiopía debería beneficiarse de todo el oro negro que produce. Pero los 15 millones de etíopes que dependen del café, al igual que otros millones de personas en las sierras cafeteras de Centro y Sudamérica, sufren un problema de cambio desigual. Aunque el precio del café en el mercado al por mayor ha caído en picado en los últimos 15 años, el precio que paga el consumidor se ha disparado. El momento mas bajo para los productores fue en el 2002, cuando el precio de una libra - 450 gramos- cayó hasta unos 40 céntimos de dólar - unos 27 céntimos de euros, según el cambio actual-, muy por debajo del coste de cultivarlo . Desde entonces, el precio se ha triplicado, según la Organización Internacional de Café (OIC). Pero sigue siendo ocho veces más bajo de lo que pagamos al comprar el café en el supermercado.
Dicho de otro modo, los campesinos cafeteros de las sierras de Guatemala, Colombia, Etiopía sólo se ven beneficiados por el primer sorbito del café con leche de la mañana. El resto de la taza se lo lleva uno de los grandes conglomerados de café: Nestlé, Procter and Gamble, Philip Morris, Maximo Zanetti o, si se trata de un Frapuccino o un latte en Starbucks - tres euros-, se lo lleva la multinacional de Seattle. Según la OIC, unos 20 céntimos de un café con leche de dos euros irán a parar al bolsillo del productor. Solo Illy, la empresa italiana de café de calidad, se salva ya que no usa los grandes mercados de Nueva York y Londres.
"La divergencia entre los que cultivan y los que tuestan es asombrosa", dice Taylor Clark, autor del nuevo libro Starbucked,sobre la multinacional de cafeterías. El porcentaje del mercado correspondiente al productor ha caído del 30% al 8% desde 1990, calcula.
Curiosamente, el principal responsable de esta espectacular redistribución de los ingresos a favor de las multinacionales que dominan el comercio del café es la caída del comunismo, dice Clark. Por dos motivos. Después de la revolución cubana, se acordó el primer Acuerdo Internacional de Café (AIC) en 1962 que - al igual que la OPEP en el mercado del petróleo- estableció un sistema de cuotas para controlar la producción del café. Mantener estable el precio de café "es cuestión de vida o muerte porque si no el castrismo se extenderá como la plaga por América Latina", dijo el senador Hubert Humphrey el mismo año. Cuando cayó el muro de Berlín en 1989 se colapsó el AIC y se hundió el precio.
En los últimos años ha crecido como la espuma el movimiento Comercio Libre impulsado por consumidores concienciados en los países ricos. Esto establece un precio mínimo para el café a granel de 1,26 dólares - unos 85 céntimos de euro- y crea un mercado estable para productores que cumplen con determinados requisitos, como ser empresas pequeñas de régimen cooperativo.
Pero el comercio libre equivale a menos del 0,5% del café vendido y, con astutas estrategias de marketing de las grandes multinacionales y Starbucks, crean la impresión de que se han comprometido con la causa, denuncia Francis. La compañía "Kenco ahora tiene un café que se llama Desarrollo Sostenible y Starbucks hace propaganda con fotos de campesinos en Centroamérica; han secuestrado el lenguaje de las ONG", afirma.
Starbucks - tan preocupada por no dañar su imagen de empresa progresista que convocó a los autores de la película a su sede de Seattle el año pasado- responde que el precio medio que paga por el café rebasa el mínimo del Comercio Libre. Pero la media engaña, advierte Francis. "Si compras mucho café por un precio bajo y una cantidad pequeña por un precio elevado, sube la media. Es para cubrirse las espaldas. Es más, los márgenes en el negocio del comercio justo pueden ser aun más altos que con el café normal", señala el cineasta. Y cita el ejemplo de la empresa Tesco, que añadió 3,46 dólares al precio de su café de comercio justo pese a que los productores recibían un aumento de 44 centavos.
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